Robert Prevost fue elegido como nuevo Papa de la Iglesia Católica y se llamará León XIV
En su primera aparición desde el Balcón de las Lágrimas, el nuevo pontífice recuperó los ornamentos clásicos que Bergoglio había dejado de lado. En una ceremonia cargada de significado, habló de paz, unidad y de los pobres, renovando el vínculo histórico de la Iglesia con su legado más solemne.

La Plaza San Pedro tembló otra vez, pero no solo por el estruendo de la multitud, sino por algo más antiguo y más sutil: la liturgia. A las seis de la tarde, cuando el cardenal protodiácono entonó el “Habemus Papam” y el nombre Robertus Franciscus se deslizó por los altavoces, el mundo no solo recibió un nuevo pontífice. Asistió, también, a un cambio de atmósfera, de lenguaje visual, de teología encarnada en tela, oro y rito.
No fue necesario que hablara. El mensaje estaba ya bordado en su estola, acariciando la sotana blanca con la dignidad de los siglos. Estaba en la muceta roja, ese pequeño manto de armiño que cubre los hombros y que los fotógrafos habían olvidado enfocar durante más de una década. Estaba en el cíngulo dorado que colgaba de su cuello, símbolo ancestral de autoridad y de servicio a la vez.
También llevaba el Anillo del Pescador, un símbolo de su autoridad papal, que completaba su imagen como sucesor de Pedro. El nuevo Papa no llegó como un reformador, sino como un heredero. No rompió la tradición: la convocó.